martes, 11 de octubre de 2011


Al final del camino, todo es desierto. Solo hay maneras de vivir, y de morir. Maneras de aproximarse a la nada. Quizá el arte sea la única solución al nihilismo, a la apatía de dejarse gobernar por el caos, por el miedo. La trascendencia de la emoción individual.

Aquel día alguien había escrito "Liberte" con piedras en la tumba de Paul Eluard. Él paseaba sumido en si mismo, las manos en los bolsillos, la cabeza gacha. Una pequeña lluvia fina mojaba su cara. Miró la tumba, y se dejó llevar por la nostalgia del Otoño. Recordó alguno de los versos de Eluard que le gustaban. Pensó en aquellos que habían tenido un sentido más allá del literario, aquellos que en algún momento se habían llegado a entrelazar con su propia vida.

Je t'aime pour toutes les femmes que je n'ai pas connues
Je t'aime pour tous les temps où je n'ai pas vécu
Enseguida, empezó a notar como puñaladas las sensaciones de otra época. Latían de cada palabra, quizá de la sonoridad de cada verso. Alguien esta vivo, cuando alguien lo recuerda, pensó. O quizá por como lo recuerdan. Por eso la importancia del discurso, del lenguaje, del arte, en la manera de vivir. Pero también en la de morir. Él lo sabía bien, porque aquellos versos no le traían más que sensaciones vacías, silencios solemnes. Y Eluard no tenía la culpa, y no tendría porque haber sido así. La realidad era otra, los amaba, aunque pensara (y temiera) que los finales desenmascaran la importancia de lo vivido.

Pero las tardes de Otoño no tienen nombre, ni piedad, ni recuerdos, solo la forma de una hoja seca que alguien pisa en un cementerio.


2 comentarios:

  1. "que los finales desenmascaran la importancia de lo vivido."

    ...

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  2. Este blog tan precioso necesita entradas desde Paris. Hay también que escribir desde la vida y no solo desde la añoranza de la vida

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