viernes, 4 de mayo de 2012



Podría imaginarla tumbada en la cama con los ojos perdidos en alguna parte de la habitación. Encima de la colcha, abierto, estaría su libro del momento, o quizá el diario de Susan Sontag, que rozaría levemente con la punta de los dedos para no perder del todo el contacto con la realidad. Sus labios estarían mojados, y un suave olor a whisky acompañaría alguno de sus suspiros. Los suspiros eran la primera etapa de sus sueños, ya que la resignación no formaba parte de su carácter. Estaría desnuda, y algunas motas de luz se atreverían a rozar sus muslos blancos, fuertes. Sonaría Neil, y de algún modo, Bob miraría inquieto desde el otro lado del poster esperando su turno.

Llegado el momento se levantaría, cogería el paquete de Golden Virginia y caminaría segura hacía la ventana. Vería la lluvia y notaría el calor del radiador en sus rodillas. No se hasta que punto pensaría en mí en alguna de sus caladas, pero la invadiría el vértigo al pensar en París. Buscaría su cuaderno negro y el bolígrafo azul y escribiría alguna linea desesperada, hasta que Bob, por fin, o quizá Patti o nuestra Janis, la devolvieran a la ventana, a la lluvia. Los viejos rockeros siempre llegan a tiempo. 

Sonreiría por verse ahí, reflejada en el cristal, ella misma, aquella a la que quizá siempre había temido ignorar, a la que siempre había esperado. Ya no le importarían los inviernos largos, ni la soledad efímera. Intuiría que ya nadie podría robarle Paris, que Paris no se acabaría nunca. 

Había recuperado el placer por escribir, por ella.

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