lunes, 7 de mayo de 2012


Corría entre la hierba. Era temprano. Temprano incluso para el sol, que comenzaba a aparecer a lo lejos con algún rayo de luz tibio. Podía notar como poco a poco sus tobillos recogían la humedad del rocío. Se sentía liviano, ligero, invadido por un extraño ímpetu. En cierto momento, incluso, miró hacía atrás buscando sus huellas. Temía que aquel vigor solo fuera un sueño, un relato placido de su subconsciente, pero cuando se giró las vio dibujadas en la hierba. Encontró la señal del peso entre tanta levedad. Le tranquilizó notar el contraste, los extremos. Luego, se concentró en la carrera, en el ritmo constante de su respiración. El aire acariciaba sus mejillas, y el ambiente húmedo le recordó los veranos de su infancia, el olor a Septiembre, a tormenta de verano. Había pasado mucho tiempo, pero tenía la sensación de no haberse dado cuenta, de no saber como había llegado hasta allí. Quizá había sido lo bastante frívolo como para jugar con los segundos como si fueran eternos. Como si su sucesión pudiera estirarse hasta un infinito lejano y nebuloso, inimaginable en su realidad de objetos cotidianos y finitos. Aceleró el ritmo y enseguida, comenzó a jadear. La eternidad quizá fuera un cementerio de sueños, pensó, las mañanas traen olvidos y en la belleza, al final, hay algo de efímero. No pudo evitar sentirse algo desorientado, confuso. Ni siquiera sabía que diablos, hacia allí, corriendo hacía ninguna parte.

Algo le hizo cosquillas en la frente. Intentó abrir los ojos pero le cegó el sol de mediodía. Estaba tumbado en la hierba, y unas gotas de sudor resbalaban por su cara. Se sintió extrañamente feliz al oír el sonido de la naturaleza a su alrededor. Era un perfecto día de primavera. Alzó la mano y acarició su barba. La noto algo más larga. Sonrió. 

1 comentario:

  1. La felicidad es tomar el sol, como un gato, en la hierba de mayo. Sin necesitar nada más.

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